08 febrero, 2013

Todo fue bien


Lo sabía. Me lo habían dicho. Me lo han repetido desde que hace más de dos meses la pregunta preferida del entorno ha sido "¿cuándo vuelves al trabajo?" (maldita las ganas de pensar en eso con mi bebé de casi 4 meses aún disfrutando de su mami a tiempo completo...). Sabía que iría bien. Sé que los bebés se adaptan. Que no tienden al sufrimiento gratuito. Que tienen mucha capacidad de aprendizaje porque su mundo cambia a velocidad suprema. Pero hasta que no he pasado por esa primera semana de vuelta al trabajo, y hasta que no se me ha hecho normal verle dormidito cuando salgo por la puerta, no he podido superar ese miedo que da dejarlo en manos extrañas.

Y ahí se nota la falta de empatía cuando los demás responden a tu angustia con argumentos que no encajan. A ver, a las madres que volvemos al trabajo cuando el cuerpo nos pediría seguir acunando a nuestros 'cachorros' no nos preocupa realmente que ocurra un desastre (es que eso ni lo imaginamos, no queremos imaginarlo). Lo que nos preocupa es que cambie el vínculo, que el bebé te eche de menos al igual que tú lo extrañas a él. Que su día a día se vea privado de alguna de las cosas con las que antes contaba sin dudar: la teta, los brazos, los besos... Eso, para nosotras, ahora, es un mundo.

Reconozco que la edad de Pichuco es una de las claves para que esto haya sido poco traumático: son 6 meses cumplidos el mismo día en el que yo tomé mi bolso y recuperé mi maquillaje, rumbo a este mundo raro y artificial que es la oficina. No se parece al bebé chiquitín y frágil que tenía en brazos hace dos meses (cuando la ley establece que las mujeres deben regresar a su vida laboral). Afortunadamente pude juntar vacaciones, permisos, días libres y festivos de Navidad. Afortunadamente el calendario estuvo de mi lado y mi baja, sin tener que pedir excedencia, se extendió lo máximo posible... estos seis meses que me han permitido dejar en casa a un bebé que interactúa, que sonrie cuando las cosas van bien y que sabe coger con sus manos lo que desea, llevarse a la boca un biberón con mi leche, reir a carcajadas cuando su cuidadora le hace monerías y recibirme con un grito de felicidad cuando regreso a casa.

Así que sí, todo ha ido bien. Tengo suerte, lo reconozco, y él está en casa, no hemos tenido que llevarle a guardería. Ha costado. Cuesta, claro que sí. Porque estoy estirando mi sueldo hasta lo indecible a costa de recortar por todas partes. Porque además me he cogido una reducción de jornada muy poco amable (lo máximo que he podido recortar es 1/4 de jornada y sueldo, es decir, ahora trabajo 5h y 20 minutos). Tengo que hacer el mismo trabajo que antes (nadie me ha reducido la carga) y como trabajo menos de 6 horas, no me corresponde descanso para tomar un café (si lo tomo, se me descuenta de las horas y tengo que recuperarlas). Nadie ha debido pensar que si me cojo una reducción de 1/5, trabajaré 6 horas y los 20 minutos de más que me pagarán corresponderán exactamente a ese descanso que ahora me niegan y que tienen todos mis compañeros. Es absurdo. Muchas cosas en el ecosistema de las oficinas lo es. Pero hay que adaptarse y por ahora no descanso. No tomo café, ni un sandwich. Vengo a mi hora, intento producir lo máximo posible y cuento el minuto exacto en el que salir por la puerta.

Lo dicho, ha ido bien. Y aún así el ritmo es frenético. Y cuesta. Claro que cuesta.


1 comentario:

  1. Todo cuesta Marta, y hasta que no te ves en situación no te das cuenta. Y no puedo estar más de acuerdo contigo en lo del miedo a que cambie el vínculo, y su mamá, quién ha sido su día a día tanto tiempo, de pronto desaparezca un tiempo y sufra por ello. Pero como dices, ellos se adaptan rápido y lo que hay que conseguir y disfrutar al máximo cuando vuelves a su lado. Un besazo supermami...que lo estás haciendo genial!

    ResponderEliminar