17 febrero, 2013

¿Y otro bebé?



Pareceré loca pero lo pienso. Las personas neuróticas nos adelantamos a los acontecimientos. Planificamos. Mucho. Demasiado. Y por eso ya ha pasado por mi cabeza la pregunta... ¿Será Pichuco mi único hijo? Si esa fuese la pregunta, así de simple, la respuesta sería fácil: sí.


Hay otros factores. Por eso mi pregunta no tiene fácil respuesta.



Pichuco no será hijo único aunque yo no repita maternidad. Tiene la inmensa suerte de que su papá tuvo un hijo hace 14 años. Pichuco tiene un hermano mayor que le adora, por lo tanto. Y yo tengo la tranquilidad de que tiene alguien que le cuide, le acompañe, le sirva de ejemplo...  No somos tres, por lo tanto, somos cuatro. Y pasar a ser cinco es un paso importante. Ahora todo es relativamente fácil... Pichuco absorbe toda nuestra atención y energía.


El  papá de Pichuco ya ha tenido que adaptar su mente y cuerpo para repetir paternidad 13 años después.... ahora multiplicar esta labor y amplificarla no sé si le resultará igual de fácil. No sé si nos cambiará demasiado la vida. No sé si seré capaz de poder con todo, siendo cinco. Y debo ser capaz yo porque a él (al padre) no le puedo pedir este esfuerzo extra si yo no voy a poder dar la talla. Lo veo así, no puedo verlo de otra forma.


Pero no repetir me privaría de algo que me apetece un montón: vivir de nuevo la experiencia sabiendo ya lo que es. Vivirlo todo con la pequeña seguridad que da controlar el terreno. Aprovecharme de mi experiencia. Corregir errores, repetir lo mejor con mas intensidad. sentir de nuevo mi vientre lleno. Acariciar otra vez una tripa turgente. Notar los bultitos de sus piececitos haciéndome cosquillas bajo la piel.  Sentir que se acerca el parto y repetir la emocíón inigualable de volver a pasar por ese momento trascendente.


Y me gustaría que Pichuco creciese acompañado. Me gustaría verle compartir, verle jugar con un hermano o hermana. Repartirse con él/ella la atención de mamá, la carga de las neurosis de mamá.


Creo que nuestra casa sería un lugar muy divertido si fuésemos cinco. Seis!  porque tenemos a la perrita. :-)


Y aún no sé qué ocurrirá pero mi yo neurótico YA se ha hecho todas estas preguntas.

10 febrero, 2013

Presente ABSOLUTO

Es una de las lecciones más útiles que he aprendido (a la fuerza) desde que soy madre. No hay 'para luegos', ni hay aplazamiento de tareas pensando en 'cuando sea un buen momento' porque el único mejor momento que hay para resolver algo es AHORA.

Puedo decir eso de "mi bebé es muy demandante" aunque creo que, de un modo u otro, todos los son. En mi caso, el pequeño quiere estar conmigo, o con su padre, o con los abuelos, pero en brazos y recibiendo atención. Y se ha acostumbrado a ello, sí, porque se lo damos. Se acostumbra a que los adultos en los que ahora confía y de los que depende, le atienden y le resuelven sus pequeñas necesidades. Es agotador, pero es estupendo. Tengo claro que es temporal (¡cómo no!, si todo lo de los niños cambia tan rápido) y que es positivo, por eso mis manos están casi siempre ocupadas. Las prioridades, como en cualquier familia que se estrena en la maternidad, se han reordenado y ahora hay tareas que no se pueden hacer bien. Bien, bien, como me gustaba hacer a mí las cosas.

Ya no hay tiempo para ordenar BIEN el armario. Se saca lo que se haya comprado o sacado del baúl y se cuelga YA. No hay tiempo para luego.

No hay tiempo para responder ese email BIEN. Se responde desde el móvil, brevemente, sobre la marcha, o se deja sin responder (con perdón del amigo que seguro que lo entiende).

No se puede comer BIEN. A veces como caliente, casi siempre no. Y si siento hambre me meto algo corriendo en la boca porque después puede que no tenga acceso ni a la despensa.

Tampoco me puedo cuidar BIEN. Antes programaba buenas sesiones de ejercicio (soy profe de Pilates, ¿os lo había dicho? :-)) pero ahora me tiro a la colchoneta a practicar un par de posiciones para aliviar el dolor de espalda y tonificar (algo) los músculos abdominales. Antes usaba muchas cremas, específicas. Para cada momento del día. Ahora me echo la que tengo más cerca. Pero no lo dejo, ¿eh? que luego la piel se nota tirante, reseca y un mínimo sí que puede hacerse, aunque sea corriendo.

Y con esta dinámica de pensar que luego no será un momento mejor que el ahora mismo, me he vuelto mucho más resolutiva que hace nada. Yo era experta de acumular cosas en la lista de 'para mañana', buscando ese 'mejor momento' que nunca llegaba. Ahora no. Ahora soy madre, un poco neurótica y alterada, y no pospongo, resuelvo.

08 febrero, 2013

Todo fue bien


Lo sabía. Me lo habían dicho. Me lo han repetido desde que hace más de dos meses la pregunta preferida del entorno ha sido "¿cuándo vuelves al trabajo?" (maldita las ganas de pensar en eso con mi bebé de casi 4 meses aún disfrutando de su mami a tiempo completo...). Sabía que iría bien. Sé que los bebés se adaptan. Que no tienden al sufrimiento gratuito. Que tienen mucha capacidad de aprendizaje porque su mundo cambia a velocidad suprema. Pero hasta que no he pasado por esa primera semana de vuelta al trabajo, y hasta que no se me ha hecho normal verle dormidito cuando salgo por la puerta, no he podido superar ese miedo que da dejarlo en manos extrañas.

Y ahí se nota la falta de empatía cuando los demás responden a tu angustia con argumentos que no encajan. A ver, a las madres que volvemos al trabajo cuando el cuerpo nos pediría seguir acunando a nuestros 'cachorros' no nos preocupa realmente que ocurra un desastre (es que eso ni lo imaginamos, no queremos imaginarlo). Lo que nos preocupa es que cambie el vínculo, que el bebé te eche de menos al igual que tú lo extrañas a él. Que su día a día se vea privado de alguna de las cosas con las que antes contaba sin dudar: la teta, los brazos, los besos... Eso, para nosotras, ahora, es un mundo.

Reconozco que la edad de Pichuco es una de las claves para que esto haya sido poco traumático: son 6 meses cumplidos el mismo día en el que yo tomé mi bolso y recuperé mi maquillaje, rumbo a este mundo raro y artificial que es la oficina. No se parece al bebé chiquitín y frágil que tenía en brazos hace dos meses (cuando la ley establece que las mujeres deben regresar a su vida laboral). Afortunadamente pude juntar vacaciones, permisos, días libres y festivos de Navidad. Afortunadamente el calendario estuvo de mi lado y mi baja, sin tener que pedir excedencia, se extendió lo máximo posible... estos seis meses que me han permitido dejar en casa a un bebé que interactúa, que sonrie cuando las cosas van bien y que sabe coger con sus manos lo que desea, llevarse a la boca un biberón con mi leche, reir a carcajadas cuando su cuidadora le hace monerías y recibirme con un grito de felicidad cuando regreso a casa.

Así que sí, todo ha ido bien. Tengo suerte, lo reconozco, y él está en casa, no hemos tenido que llevarle a guardería. Ha costado. Cuesta, claro que sí. Porque estoy estirando mi sueldo hasta lo indecible a costa de recortar por todas partes. Porque además me he cogido una reducción de jornada muy poco amable (lo máximo que he podido recortar es 1/4 de jornada y sueldo, es decir, ahora trabajo 5h y 20 minutos). Tengo que hacer el mismo trabajo que antes (nadie me ha reducido la carga) y como trabajo menos de 6 horas, no me corresponde descanso para tomar un café (si lo tomo, se me descuenta de las horas y tengo que recuperarlas). Nadie ha debido pensar que si me cojo una reducción de 1/5, trabajaré 6 horas y los 20 minutos de más que me pagarán corresponderán exactamente a ese descanso que ahora me niegan y que tienen todos mis compañeros. Es absurdo. Muchas cosas en el ecosistema de las oficinas lo es. Pero hay que adaptarse y por ahora no descanso. No tomo café, ni un sandwich. Vengo a mi hora, intento producir lo máximo posible y cuento el minuto exacto en el que salir por la puerta.

Lo dicho, ha ido bien. Y aún así el ritmo es frenético. Y cuesta. Claro que cuesta.